viernes, 21 de junio de 2013

Primer cuento corto por Kristell Alvarez

A destiempo 
Por Kristell Álvarez Solórzano.
unprincipeparaemma.blogspot.mx

 Abre los ojos, aún esta oscuro, pero no tiene ni gota de sueño, desde hace casi veinte minutos ha estado dando vueltas en la cama con los ojos cerrados y la determinación de volver a perderse en él país de los sueños, pero ha perdido la lucha, sus ojos tomaron vida y se abrieron solos cansados de estar cerrados, al parecer han decidido que ya es hora de despertar, sin importar que afuera aún se cierna sobre el mundo la noche.
De mala gana se sienta sobre la cama, extiende la mano y toma el pequeño reloj despertador que siempre está en la mesita de noche, a penas son las cuatro de la mañana, faltan dos horas para que suene la alarma. Que bien, Mirna, sólo has dormido 4 horas, vas andar con unas ojeras de infarto más tarde.
Suspira profundo, como queriendo inhalar valor a través de la nariz para levantarse por fin de la cama. Gira la cabeza en señal de negación y de un brinco se pone de pie, no tiene sentido alguno que siga acostada en la cama, no logrará conciliar el sueño de nuevo. Camina lentamente al baño para tirarse un poco de agua fresca en la cara y terminar de alertar a todos sus sentidos. Se mira al espejo, está más demacrada y pálida que de costumbre, la semana en el trabajo ha sido agotadora, siempre es así en la última del mes cuando es cierre de edición, y hoy es el peor de todos los días, hoy por fin se terminan de hacer todo los arreglos de la revista y se manda a impresión. Puede que sea eso lo que la haya despertado antes de tiempo, el estrés precipitado a lo que se avecina en la jornada.
Se mete bajo el frío chorro de la regadera, no le gusta el agua caliente, según ella provoca celulitis. Tarda una eternidad en el baño, disfrutando al máximo el chorro de agua que recorre su cuerpo, tan frío que cala un poco los huesos, pero que despierta cada terminación nerviosa y estimula la circulación de la sangre. Báñate con agua fría y nunca sufrirás de flacidez, le había dicho su madre en más de una ocasión, no hizo caso al principio, pero cuando los signos de los años empezaron a hacer estragos en su cuerpo no dudo ni tantito en seguir ese consejo.
Sigue teniendo mucho tiempo de sobra a su favor, por lo que se toma su tiempo para arreglarse, casi siempre sale corriendo por lo que no suele usar mucho maquillaje, hoy es diferente, hoy puede usar las muchas brochas y demás chunches que adquirió recientemente, hoy hasta le da tiempo de aplicarse las técnicas de corrector que aprendió en el curso ese de maquillaje que tomo hace como tres años. Una vez lista se mira en el espejo satisfecha de su imagen, ojala tuviera tiempo más seguido para arreglarse tanto, se ve bastante bonita con todos esos retoques.
 Toma un desayuno ligero, pan tostado y café, lo suficiente para aguantar la pesada jornada sin desmayarse y con las calorías justas para no engordar, el peso siempre ha sido su obsesión aunque nunca ha sufrido sobrepeso, pero le trauma perder su esbelta figura, por eso no come más de 1000 calorías al día, su voluntad es de acero ante eso, motivo por el cual siempre esta pálida y demacrada.
 Cuando por fin sale a la calle la encuentra aun sumida en la oscuridad, al parecer hasta para el sol es temprano, el empezará aparecer como en media hora, él si duerme hasta las seis de la mañana. En la calle están los de siempre: repartidores de periódico, los barrenderos, el carretón de la basura… Todos ellos siempre están antes del alba en la calle, pero ella nunca los había visto, tan sólo el resultado de su trabajo: el periódico en la entrada, las calles limpias y los botes de basura vacios. Ellos trabajan cuando el resto del mundo duerme, pero aunque no los veamos ahí están, sin ellos no conoceríamos las nuevas noticias y tendríamos calles sucias atestadas de basura. Mirna los saluda amablemente, deseándole los buenos días y regalándoles una sonrisa, ella sabe que lo que hacen es importante y lo aprecia.
 Camina a paso lento, admirando cada detalle del barrió en donde vive desde hace años, las casas bañadas con la luz del incipiente amanecer da a todo una apariencia irreal, como una pintura en tercera dimensión. Las prisas de todos los días no le habían permitido ver la belleza escondida en cada arbusto, cada banqueta, cada cerca de casa, cada árbol… todo en conjunto hacían un pequeño paraíso suburbano, de verdad le gustaba donde vivía. Suspira profundo aspirando el aire fresco de la noche que esta a punto de expirar a través de los minúsculos rayos de sol que se asoman perezosos en el horizonte. Una sensación de nostalgia se apodera de su alma, como si fuera la ultima vez que sus ojos vieran todo esto, se estremece con ese pensamiento, pero no le da importancia, seguro es sólo que tenía tiempo que no veía con ojos soñadores su entorno, nada más. Sigue caminando y mirando a su alrededor, admirando su barrio, su querido barrio.
 Más adelante, a unos cuantos pasos de ella, agazapado en un oscuro callejón se encuentra Gabriel, hoy la noche no fue buena, las calles estuvieron vacías y no logró dar ningún golpe, ni siquiera un pequeño asalto, nada, la noche se fue en cero y no puede llegar con las manos vacías a casa, ahí lo esperan con hambre, la miseria extrema a la que el desempleo lo empujo lo ha convertido en un vulgar ladrón, pero prefiere robar a ver las caras de hambre de sus hijos, esos ojos cadavéricos por la desnutrición le destrozan el alma. De día lava carros en un estacionamiento frente a una gran torre de oficinas de cristal, pero no es suficiente, lo que gana ahí le da para lo mínimo, no es fácil mantener cuatro hijos sin un trabajo fijo, más cuando uno sufre una enfermedad tan cara de cuidar como el asma.
 Tiene horas que debió llegar a casa, nunca se queda después de las cuatro de la mañana, pero hoy decidió quedarse más tarde para tratar de lograr algo, por lo menos algún corredor tempranero al cual poderle robar su reproductor de música portátil (mp3), algo podrían darle en el mercado negro que le permitiera llevar pan, leche y huevos a casa. Pero nada, ya casi son las 6 de la mañana y nada. No, no puede irse con las manos vacías a casa, no soportaría mirar a los ojos a sus hijos sin llevarles algo que comer, ellos esperan con ansia y con hambre, mucha hambre su llegada a casa. Se asoma de nuevo a la calle vacía, es ahí donde la ve, caminando sola, distraída como pérdida en sus pensamientos, la presa perfecta, sonríe melancólico, al parecer sus hijos podrán desayunar hoy. Se prepara, toma el arma que usa para amedrentar, jamás en su vida la usado y no se cree capaz de hacerlo nunca, pero que clase de ladrón sería sin una.
 Cuando Mirna cruza justo delante del callejón, Gabriel le sale al paso con el revolver en la mano. Ella ahoga un grito, él la arrastra a la oscuridad del callejón perdido, le dice que no le hará daño, que le entregue todo lo que trae encima: reloj, bolsa, celular…

 -Deme todo y váyase, señorita, no le haré daño, sólo quiero que me entregue sus pertenencias, por favor.

 Gabriel es el único ladrón educado, tal vez sea porque en realidad él es maestro de escuela sin empleo, no un simple raterillo de esquinas y callejones, la necesidad lo empujo a esta “profesión”, pero no por eso va a olvidarse de sus modales. Ella lo queda mirando extrañada por sus palabras, estira la mano para entregarle su bolso y demás pertenencias, cuando de pronto, como si alguien hubiera prendido un reflector enorme en algún lado, el sol ilumina todo a su alrededor, es entonces que ella lo ve bien, se fija detenidamente, lo reconoce, claro que es él. El la observa detenidamente, es ella, la señorita que trabaja en el edificio de enfrente, la ha visto entrar muchas veces y perderse en esas inmensas puertas de cristal, ¿lo habrá reconocido? Ella empieza a temblar nerviosa, quiere gritar y salir corriendo, pero sus pies se volvieron como de plomo, no los puede mover, su garganta se ha cerrado, no puede hablar.
 Se miran a los ojos, Gabriel ve como las pupilas de ella se dilatan y contraen iluminadas por el miedo, pero también por algo más, un sentimiento diferente cruza como una ráfaga por sus ojos y él sabe bien que es: Ella lo reconoció, no hay duda de eso, sabe quien es y lo va a denunciar…
 No puedo ir a la cárcel, no, no puedo, mis hijos, mis hijos, quien va alimentarlos si yo voy a la cárcel, no, no puedo…
 Ese pensamiento atormenta la mente de Gabriel, haciéndolo tambalearse nervioso de un lado a otro con la pistola en la mano, Mirna no pierde detalle alguno de sus movimientos, tratando de encontrar el momento justo para huir, para correr lejos de ahí. Sus miradas se vuelven a cruzar y ella ve que las pupilas de el se dilatan y contraen iluminados por el miedo, pero también de una determinación que a ella le provoca escalofrías en la columna vertebral. El sabe que ella sabe quien es él… El reloj se detiene, el miedo provoca espasmos en los dos haciendo que sus cuerpos se muevan sin sentido, por la frente les corre sudor frío. Los dos saben perfectamente que sigue y también saben, de cierta forma, que el tiempo ha sido en gran parte el culpable, más bien el destiempo, hoy estuvieron en los lugares de siempre, sólo que a la hora equivocada. 

Un disparo rompe el silencio, ella cae al suelo con las manos en el estomago, la sangre corre a raudales, el aliento se le escapa poco a poco a través de la herida, él se le acerca temeroso y ella le clava la mirada, le obsequia con una ultima mirada llena de incredulidad y miedo, mirada que él recordará por el resto de su vida.

3 comentarios:

  1. HOLA KRISTELL AHORA POR ACA Y KE PASA CON MIRNA???AHI KEDA EL RELATO¡????BESOS HERMOSAS

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    1. Hola Zule, si tan solo fue un pequeño cuento, quise incursionar tantito en esto jejeje saludos

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  2. Hola Zule, ya ves, diversificandome jejeje... Si ahi queda, quise incursionar en el relato corto, es un cuento pequeño y algo dramatico, experimentos ya ves jejeje
    un besote hermosa paisana

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